La Leyenda de los Gemelos Royales Cástor y Pólux

La Leyenda de los Gemelos Royales Cástor y Pólux

Por Catherine Young

En un reino hace muchos años, había un rey que tenía dos gemelos. Un niño llamado Cástor y una niña llamada Pólux. Los gemelos eran los únicos herederos del reino, y cuando cumplieron 18 años, uno de ellos se habría de convertir en el nuevo monarca.

La elección de un nuevo monarca era algo legendario en la Taifa. El que habrìa de ser rey, tenìa primero tuvo que resolver un enigma presentado por Mamá Leyenda, la mujer más sabia de la tierra y asesora de todos los monarcas que habían gobernado el reino. Si el heredero no podría resolver el enigma, una persona de sangre real de cualquier otro reino podría desafiar a Mamá Leyenda, y gobernar el reino en caso de ganar. En 150 años, nunca había habido una mujer gobernante.

Dado que Cástor  nació 15 minutos antes que su hermana Pólux, era técnicamente, el heredero al trono. Pero a causa de que los dos eran gemelos, Pólux también tenía derecho a ser elegida para el trono. Sin embargo, el rey era muy tradicional, y no pensaba que una mujer podía gobernar. Su hijo Cástor era su favorito a pesar de que los gemelos eran iguales en todos los sentidos.

Cuando cumplió 16 años, el rey preparó a su hijo en todas las habilidades dignas de un rey. Con la intencìon de ser justos, el rey también entrenó a Pólux, pero no en todas las habilidades como lo había hecho con su hermano. Mientras Cástor aprendía a montar a caballo y dirigir un gobierno, Pólux aprendía a hablar con persuasión, y las virtudes de la paciencia y la inteligencia. En secreto, el rey tenía la esperanza de que ella fallaría el reto de Mamá Leyenda, dejando la corona a su hermano Cástor.

En los dos años de capacitación, los gemelos se convirtieron en feroces rivales, a pesar de que ellos habían estado muy cerca antes. Debido a que ambos eran herederos, ellos tendrían que desafiar tanto a Mamá Leyenda como a ellos mismos. Ellos perfeccionaron sus habilidades respectivas y se preparon para hacer frente a Mamá Leyenda.

En la tarde de sus cumpleaños, los gemelos se presentaron a mamá Leyenda y el reino entero en el patio del castillo para enfrentar sus desafíos. Sentados en una mesa pequeña, a Cástor y Pólux se les dio un pequeño pedazo de papel con el enigma.

Por tres horas, los gemelos se quebraron  la cabeza buscando  la respuesta al enigma. El tiempo se agotaba. Si ninguno de los dos resolvía el enigma antes de que el sol se pusiera, otra persona de sangre real podría apoderarse del reino. En un momento de inspiración, Pólux se dio cuenta que tendría que trabajar junto con su hermano para resolver el enigma, en lugar de tercamente trabajar sola.

En un primer momento, Cástor se negó, pensando que era un truco. Sin duda, Pólux sólo quería gobernar el propio trono. Pero pronto se dio cuenta que él no podía entender el enigma solo. Trabajando juntos, los gemelos reconstruyeron las pistas que tenían y trataron de averiguar el enigma. Por desgracia, Castor estaba todavía confundido y él no fue de mucha ayuda.

Cuando el sol tocó el horizonte y el cielo se iluminó con fuego, Pólux resolvió el enigma. El rey se puso furioso y dijo que Pólux había engañado a su hermano Castor para que él perdera. Avergonzado, Castor admitió que él simplemente no había sido capaz de resolver el enigma. Mientras su padre gritaba, Pólux pensó en voz baja para sí misma, y luego se volvió a Mamá Leyenda:

– “Sabia Mamá Leyenda, creo que Castor y yo somos los herederos legítimos.”

– “¿Y por qué tu crees eso?”

– “Si mi hermano no hubiera accedido a trabajar conmigo, yo no habría resuelto el enigma. Le debo mi éxito a él.”

Mamá Leyenda cerró los ojos y sonrió. Pólux había resuelto el enigma definitivamente. Trabajando juntos, ellos tenían la ventaja de poseer dos tipos de habilidades. Los gemelos fueron concebidos para gobernar juntos, lado a lado, Gracias al reconocimiento de la contribución de su hermano, Pólux se distinguió como una verdadera líder. Mamá Leyenda abrió los ojos y habló a los herederos.

-“Será como ustedes deseen, pero sólo porque estoy segura de que uno de ustedes ha aprendido la lección que he tratado de enseñar. Ustedes tienen diferentes fortalezas y debilidades, pero cada uno puede ser fuerte si se apoyan mutuamente y trabajan juntos.”

Y así,Cástor y Pólux gobernaron juntos durante muchos años y Pólux se convirtió en la primera mujer que gobernó el reino.

 

Window Seat

Window Seat

Por Javier Ferrer

 

Entonces le pregunte sin disimulo

“¿Pero qué cuenta el tiempo pasado cogiendo trenes?”

 

La topografía cambia tanto como nuestras

emociones. Lagos inmensos, con profundidades

y especies acuáticas desconocidas nos llaman. El ser,

o lo que define nuestro estado consciente, rebusca

en el mar (que representa la subconsciencia

que une a multitudes.) El tren es sólo un

vehículo, ¿ no es así ?

 

Rehusé, seguí testarudo.

“¿Cual es la diferencia entre el astronauta

y el buzo que explora los cráteres más

profundos del océano?”

 

Una diferencia es la nave, el modo;

ambos guían naves pero sus

destinos son contrarios. A pesar de esto,

llevan a cabo la misma función.

 

Permiten un puente entre ideas, países

personas, climas, tiempos...

 

No lo podía creer.

“Cómo puede haber una constante entre tanto cambio?

 

En un mundo lleno de cambios, muchos son predecibles –

Pocos son los esperados. En este paradigma

Vemos perspectivas alternas sobre el futuro,

el cambio en tecnología, el medio ambiente y

la psicológica del ser.

 

Pues mi parada llegó, o está por llegar.

El conductor no ha anunciado nada durante

el viaje entero. Puede ser que ya pasó, llegó o

esta por llegar.

 

 

Mi Papá Juan

Mi Papá Juan

Por Jesús A Ferreira

Era 1955 mi padre, Juan y yo estábamos construyendo un túnel debajo de mi casa. Yo tenía 12 años, trabajábamos con dos personas, Pedro Panza que conducía uno de los camiones de mi padre, y Miguel Enrique el administrador de los negocios de mi padre, su mano derecha. Esto fue en el tiempo del control militar del General Marcos Pérez Jiménez. Él gobernó el país con puño de hierro; en aquellos tiempos la única manera de ganarse la vida era poniéndose en línea con el  gobierno. Mi padre cumplió con el gobierno mediante el uso de su negocio de importación, sobornando a quien fuera necesario para poder vivir tranquilo.

Mi padre conoció a Pedro Panza cuando se enlistó en el ejército. Pedro se había convertido en su mejor amigo. Él no se aplicó en el ejército como mi padre. Así que mientras mi padre ascendía los rangos militares rápidamente llegando pronto a ser capitán líder del pelotón, Pedro se estancaba en el rango de cadete. La relación entre Pedro y mi padre cambió. Seguían siendo amigos pero tristemente en el mundo militar mi padre y él no estaban en el mismo nivel. A Pedro lo expulsaron del ejercito, mi padre nunca me dijo pero mi madre dice que fue por borracho. Pedro no era muy responsable; se jugó el dinero, se lo bebió, y así derrochó su herencia en cuestión de 5 años. Años después mi padre lo encontró en el centro y lo recogió; desde entonces Pedro vivió en nuestra casa.

Miguel Enrique conoció a mi padre en el banco, era un hombre rubio, alto, con ojos azules. Mi padre fue a buscar un préstamo para comenzar su negocio. Se volvieron amigos instantáneos, él lo llamaba “el genio de las matemáticas”. Miguel Enrique guió a mi padre con sus negocios. Se volvió parte de la familia.

Mi padre era parte de la oposición, él movía los hilos de su poder e influencia para luchar contra el sistema desde adentro, siendo un militar de alto rango el pudo trabajar con el régimen militar. Pedro, Miguel, mi padre y yo trabajamos en ese túnel todas las noches por meses, sin ser descubiertos gracias a la astucia de mi padre. Comenzaba en el salón de la casa y terminaba en un terreno propiedad de mi padre dos calles al norte de la casa. El túnel era una vía de escape segura para nuestra familia, al menos eso es lo que mi padre le dijo a mi madre en una de sus peleas.

A finales de noviembre del 55, sacamos la última carretilla de tierra del túnel. Vi a mi madre en la cima de la escalera con su rosario en la mano y su boca murmurando una oración, se preocupaba de que fueran a descubrirnos.

Mi padre comenzó a tener reuniones en su estudio. Gente extraña empezó a entrar y salir de la casa. Por las noches mi padre salía y mi madre no dormía. Pensaba que mi madre estaba perdiendo la cabeza pero un día llegando del liceo, vi un Plymouth parado en nuestra cuadra con dos hombres que parecían haber estado ahí toda la noche. Estaban bajo constante vigilancia.

Mi padre mudó su negocio para nuestra casa, “para justificar tanta gente” me dijo. Empezamos a ver más personal del ejército, hasta políticos pasando por la casa. Mi padre importaba telas de Europa, especies de India, y hasta whisky de Escocia. Me quedé mirando a mi padre desde las escaleras: él estaba echando chistes, bebiendo y aparentemente divirtiéndose con las mismas personas que por la noche esperaba derrotar.

Una noche sonó el timbre de la casa, escuché que mi padre se levantaba y le decía a Hortensia que se fuera a dormir, que, de ahora en adelante, él iba a abrir a la puerta cuando fuera de noche. Me senté en la parte más alta de le escalera y vi luces prendidas, y personas moviéndose en el salón. Bajé las escaleras y mi papá estaba removiendo los ladrillos del piso. Me vio con una mirada severa; sabía que no debía estar ahí, me fui corriendo a mi habitación. Esa noche no pude pegar los ojos. Cuando finalmente subió, entró a mi alcoba y me dijo: “mejor será olvidar y no hacer preguntas; nadie ha estado en casa esta noche”.

Al pasar los meses todos en la casa sabíamos sobre las visitas por la noche. Mis hermanas sabían que no se podía bajar las escaleras y mis dos hermanos sabían que después de las 8 de la noche teníamos que estar en la cama durmiendo. Mi madre se encerraba en su dormitorio por días, para evadir las preguntas de los niños, y francamente no ver a mi padre. Una noche antes de la navidad mi madre le dijo a mi padre que tenía que parar, que tenía que elegir entre este ideal o su familia. Él la miro y sin elevar su voz le dijo que ella no podía hacerlo elegir, simplemente porque las personas que utilizaban esos túneles dependían de él.  Tuvieron esta discusión que los cambió. Me dijo que él tenía que hacer lo que estaba haciendo sin importar el precio.

Un martes -nunca se me olvidará- mi padre fue al puerto con Pedro. Cuando salí a ver a donde iba vi que no tomó la vía hacía el puerto sino hacía el depósito. Lo seguí; cuando llegué al depósito vi varios Jeeps parados en el frente. Me acerqué a la ventana, “dónde carajo está la mercancía” gritó mi padre; el hombre que tenía un uniforme militar le respondió: “Juan estas cosas son delicadas, no es fácil sacar la mercancía de la base”.  Mi padre se terminó su whisky y entró a su oficina, Pedro se quedó hablando con los hombres. Minutos después vi a mi padre saliendo y entrando en el coche, me monté en mi bici para ganarle.  Al llegar vi que mi padre no estaba todavía pero mi madre parecía más irregular que nunca; me mandó a bañarme y me dijo que bajara a comer. Subiendo las escaleras vi al señor Miguel en el estudio.

Saliendo de la ducha, oí algunos gritos del estudio. El señor Miguel, pensé. Bajé las escaleras y vi a mi padre sentado en su silla, fumando su pipa. Cuando estaba en la cocina escuché el timbre, llegó uno de los socios de mi padre, el señor Ramírez; éste era un hombre gordo que nunca le había caído bien a mi padre, pero tenía dinero. Por lo que pude escuchar le estaba exigiendo dinero. Acusó a mi padre de ser un hipócrita. Mi padre nunca levantaba la voz. Mi padre me llamó y me mandó a buscarle el maletín negro de su habitación. Se lo entregué y mi padre le dijo “2,3,4 y  7,6,9 ahí tienes tu dinero” mi padre se paró y le dijo que por favor saliera de su casa.

El movimiento de la oposición creció, y para el 58, la oposición tomó las calles. El gobierno comenzó a tomar medidas más severas, las personas que el gobierno consideraba radicales o de la oposición simplemente desaparecían. Pedro tuvo la mala desgracia de ser capturado en una demostración de la oposición. Mi madre quería que mi padre sellara el túnel. Vi que mi padre empezó a traer cajas grandes llenas de yo no sé que. Mirando por la ventana me percaté del  Plymouth que había visto hace tanto tiempo, siempre parado cerca de la casa, vigilando. Empezando a ver lo que mi padre no nos estaba diciendo, empecé a sentir el temor que sentía mi madre.

Al día siguiente me levanté y vi a mi padre vestido de blanco, listo para salir. Todo parecía normal. Me fui a la escuela, saliendo de la casa vi el Plymouth, pasé por de lado y no había nadie en el carro. Cuando regresé de la escuela ya no estaba el carro; cuando le dije a mi padre que el carro había desaparecido, se puso pálido. Me preguntó si estaba cien porciento seguro que no estaba ahí. Le dije que sí pensando que era una buena noticia. El se volteo, se arregló el pelo y me dijo que subiera a mi alcoba a empacar. Le pregunte, que pasa??? Me respondió en  voz baja que hiciera lo qué  me mandaba. Subiendo las escaleras vi a mi madre llorando, y escuché a mi padre diciéndole a la niñera y a la sirvienta que nos íbamos de viaje.

Cuando bajé las escaleras con mi maleta mi padre había apagado todas las luces, mi madre seguía llorando y Miguel le decía que se apurara. Mi padre me miró y me dijo “recuerda esto: 22,33,55”, lo repetí un par de veces, me abrazó y me dijo que cuidara a mi mamá. “Juan, sella la entrada” gritó Miguel. Después de sellar el túnel, Miguel prendió una linterna y mi madre y yo nos miramos, escuchamos unos carros en la calle, ya sabíamos quienes eran.

BANG BANG la puerta se cerró y Miguel nos dijo: “apúrense …”

 

Una larga noche en blanco

Una larga noche en blanco

Por Fiona Donovan

Los gritos son más fuertes que lo normal. Debajo de las mantas, en su cama, el chico puede oír la pelea interminable entre sus padres.  Aunque trata de cubrirse las orejas con las manos, no puede escapar del ruido. Está acostumbrado a ésta escena. Son los dos de la mañana y Roberto tiene hambre, está cansado, y ellos nunca paran de gritar. Solo tiene ocho años, y ya siente que lleva el peso del mundo sobre sus hombros.

Está harto de escuchar a los dos gritando incesantemente, como si él no existiera, como si no pudiera oír. Él es el único que no captura la atención del resto de la familia egoísta, menos la de su padre, que lo saluda cada tres días con un golpe o un insulto. No hay amor. No hay nada más que odio. Él es demasiado joven para sentirse enojado, aislado y resentido todo el tiempo, pero esta es su realidad.

Roberto sabe que sus problemas no son como los de otros chicos de su edad, la lucha para sobrevivir es demasiado difícil para él. A él no le gusta hablar con los demás, con problemas triviales, y no quiere tener muchos amigos. Es más fácil pasar el tiempo solo, y él está acostumbrado a la soledad. En la escuela, Roberto no juega con los otros chicos, y no tiene ganas de confiar en sus profesores. Sus profesores son aspirantes y él no quiere escucharles. Todos tienen conocimiento de su familia disfuncional, de las peleas, de la instabilidad. Pero cuando Roberto entra a la escuela con un moretón en los ojos o un brazo roto, nadie dice nada. Nadie quiere involucrarse.

Roberto todavía está en su cama. Ahora son las dos y media y aún puede oír a su madre llorando. Esto es lo peor, cuando su madre llora, porque aunque su tristeza es genuina, él no puede sentir lástima. Ella es demasiado débil, y Roberto no puede encargarse de ella. Ni qué decir de si mismo.

El único compañero que tiene Roberto es su perro, su mejor amigo, y su única felicidad. Mientras oye los sollozos de su madre, Roberto sale de su cama para buscar a Paco que duerme al lado de su cama. Paco es pequeño, tranquilo, y siempre escucha a Roberto cuando él necesita un amigo. Roberto se sienta en el suelo y lo acaricia a Paco con ternura. Paco abre los ojos lentamente, y tan pronto como ve la cara de Roberto, empieza a menear el rabo y a tirárse. Roberto ésta tranquilo con el perro, este perro pequeño que funciona como su familia entera. El perro acalla el ruido de sus padres y mientras Roberto abraza a Paco, cierra los ojos y por fin puede dormirse en medio del suelo con su compañero.

A las seis de la mañana Roberto se despierta al oír a Paco ladrando debajo de los pies de su madre que sigue llorando. Detrás de su madre, su padre está gritando y trata de dominar su mirada. Roberto tiene miedo pero no tiene tiempo de escapar. Su madre lo toma en brazos y grita que los dos van a salir de la casa para siempre y nunca van a regresar. Mientras tanto su padre agarra los brazos de su esposa, la tira al suelo y empieza a darle de patadas en el estómago así. Roberto trata de intervenir pero su padre no para, y en medio del caos el chico indefenso no puede hacer nada excepto llorar y taparse la cara con las manos.

Después de un rato, todo termina. Roberto no puede pensar en nada. Abre los ojos y mira a su madre inerte. Al lado de su madre está el perro. El silencio en el cuarto es desolador. Roberto casi no puede respirar. Él espera por un rato, no sabe por cuanto tiempo. Finalmente levanta la cara y mira los ojos de su padre. Sólo mira por tres segundos y después, el padre da un vuelta y sale del cuarto. Roberto se queda en el suelo golpeado y sin moverse. Completamente solo.

 

Un alma vieja

Un alma vieja

Por Erica Leblang

 

-Tienes un alma vieja, chico -una paciente le había dicho alguna vez, justo antes de ir a tomar otra dosis de la quimioterapia.

Poca gente puede recordar sus vidas pasadas. Casi nadie puede recordar todo con claridad. Sin embargo, había algo que él nunca olvidó: aquel pelo rubio oscuro, esos ojos marrones mirándolo desde una cara sonriente, las yemas de unos dedos tocando su mejilla…

-¿Necesita algo más señor Vargas? -preguntó al acabar de ajustar la medicina.

-Sí, mejores programas de televisión. No se hacen como “The Dick Van Dyke Show” hoy en día.

El alma vieja con cuerpo de joven respondió con una sonrisa y continuó su recorrido.

Las vidas se encuentran por la fuerza o por la suerte. Esta vez, había buscado en todas los lugares que se le ocurrieron: el hotel en la playa donde pasaron “la mejor semana de mi vida,” había dicho él (“‘la mejor semana de mis vidas,’ quieres decir,” le había respondido su amada); el bosque, que ya no era bosque; aún en el lugar del accidente de coche en Londres, ese accidente que les quitó la vida a los dos en los años ochenta. No había señal de que su amada estuviera viajando en esta vida a ningún sitio donde antes habían estado juntos, y no sabía por qué.

-¡Hola! ¿Pasaste un buen fin de semana?

Levantó la vista que tenía clavada en el trabajo administrativo y vio a la enfermera que lo había saludado.

-Sí, más o menos.

-¿Adónde fuiste? ¿A París? ¿Al Caribe?

-Conduje a Nueva York.

(A la librería donde trabajó mi amada la vida anterior, pensó decir, pero se contuvo.)

-Qué bueno. El Doctor Ramírez te quiere en la sala 214 tan pronto como puedas.

Firmó su nombre en el papel. –Ya voy.

Sabía que tenía otros nombres, pero no los recordaba bien. (Cristofer. David. ¿O era David el nombre de un amigo de otra vida?)

-Oye -dijo alguien-. Aquí está la historia clínica de la paciente de la sala 214.

Se detuvo en la puerta.

(Andreas. Pedro.)

Miró atrás por encima del hombro y tomó los papeles. -Gracias -le respondió.

(Ramón. ¿O Raymundo?) Cualquiera que fuera; no le importaba mucho. Había un nombre que siempre recordaba, el nombre del alma.

Entró en el cuarto.

El amor de sus vidas, su alma gemela, siempre lo llamaba–

-¿Antonio? -dijo una voz desde la sala.

 

La extranjera

La extranjera

Kathryn Saloom

 

Ella solo podía pensar en el calor. Nunca había experimentado un calor como ese en los Estados Unidos. ¿Por qué sus padres la habían obligado a ir a este desierto dejado de la mano de Dios? Sus amigos probablemente se estaban preparando en casa para el baile de la Fiesta de la Primavera. Sin embargo, allí estaba ella, en un autobús viejo, derritiéndose como una vela, en medio de la nada.

El medio de la nada era, de hecho, Siria – un país que ella no hubiera podido encontrar en un mapa. El autobús continuó por caminos de terracería mientras ella leía su revista, una Teen Vogue, que había comprado en el aeropuerto."Ally, ¡Mira! ¡Mira las bellas montañas!" gritó su madre desde el otro lado del autobús. Ella no quería mirar cualquier montaña. Ella no quería visitar  ninguna iglesia antigua. Tampoco quería estar en ese autobús. Solamente quería volver a casa. Sus padres habían planeado ese viaje – un regreso a las raíces de su padre. Su padre había nacido en Siria, pero no hablaba árabe y era muy difícil imaginarlo allí. Ellos estaban en un autobús que viajaba a Heine, un pueblo rural donde vivían.

De buenas a primeras, el autobús se detuvo.  Apenas habían llegado cuando una multitud se arremolinó en torno al  autobús. “¡Ah!”, pensó Ally, “¿Todas estas personas están aquí por nosotros?”.  Había personas jóvenes y no hacían falta los mayores. Se besaban y abrazaban.  Unas chicas arrastraron a Ally fuera del autobús.  Ella se dio cuenta de que muchas de las chicas llevaban ropa usada, americana.

Caminaron por un camino polvoriento.  Las chicas tenían ganas de practicar su inglés con Ally.  Antes de darse cuenta, habían llegado a un edificio de bloques de hormigón.  Era muy pequeño y Ally se preguntó por qué la habían traído hasta allí.  “¡Escuela, escuela!”, gritaron con emoción en inglés.  Ally no podía creer que ese edifico derruido fuera su escuela. ¡Y a pesar de ello, ellas estaban entusiasmadas con la escuela! Cogieron las uvas de los árboles y corrieron por el patio yermo del recreo. Ally no podía recordar alguna otra vez en la que se hubiera divertido tanto.

Pero, de repente, Ally oyó unos ruidos fuertes a lo lejos.  Tenía miedo. Una de las chicas, María, la confortó.  Le aseguró que “no eran más que los soldados".  ¿¡Los soldados?!, pensó Ally.  “Los Altos de Golán”, María explicó, indicando la cima de una montaña en la distancia. Ella levantó la vista y entendió.  Las colinas estaban salpicadas con unos cuarteles y ella se dio cuenta de que los camiones, en realidad, eran vehículos de la ONU. María pensó  que era muy extraño que esta chica estaba tan fascinada por los soldados. ¿Ellos no tienen soldados en los estados unidos? Y si los estadounidenses son tan inteligentes, ¿por qué no se habla nada de árabe?

Después de algún tiempo, las chicas tuvieron que regresar al centro del pueblo para cenar con sus padres.  Sin embargo, Ally todavía tenía miedo, y María y ella caminaron agarradas de la mano.  Ally se relajó con su nueva amiga. Después, ella se sentó  con su padres en una mesa larga, llena de comida.  Los otros hombres los acompañaron a la mesa.  “¿Por qué no comían María y las otras mujeres?”, Ally le preguntó a su madre.  “Ellos tienen costumbres diferentes, cariño.  No te preocupes.” respondió su madre.  Mientras tanto, Maria lo encuentro muy raro. Las mujeres estadounidenses comen con los hombres? ¡Qué gracioso! ¿Quieren ser hombres?

Después de la cena, María invitó a Ally a su casa.  Caminaron por las calles oscuras hasta que llegaron a una casita.  María estaba aprensiva. ¿Que pensaría de su casa esta chica americana?  Era muy callada y parecía tener miedo de la suciedad. ¡Nunca había encontrado a una chica tan extraña!  Las dos chicas se estudiaron.  María trajo unos libros de un estante en su cuarto.  Comenzaron a tratar de leer – practicando las palabras. Les dio un ataque de risa.

María pensó – tal vez no todos los americanos sean malos.  Ally pensó – después de todo, no somos tan diferentes. Ellas lucharon para poner en orden sus pensamientos.  No lo entendían todo, pero sabían que las cosas serían diferentes de ahora en adelante.

 

Jorge Chávez Internacional

Jorge Chávez Internacional

Por  Milagros Conislla Loza

El aire enclaustrado me rodea como si fuera una manta húmeda y espesa. Mi cabello se siente más grueso de lo normal e intento alisarlo inconscientemente con mis manos. Nudos… jamás podré quitar todos estos nudos. Cuando era muy niñita, me escondía debajo de la cama para que mi mamá no pudiera cepillarme el cabello. Incluso ahora, mi mano se enreda en mi cabello sin importar cuanto lo peine. Mis brazos están todavía húmedos por el calor, y mi mochila se siente más pesada a cada paso que doy. Pasos, oigo mis pasos entre la multitud de personas.

Hay un alboroto a mi alrededor, conmoción, y ola tras ola de voces. Voces que no reconozco. Sonidos que no reconozco. Un altavoz grita palabras irreconocibles. Caras irreconocibles y a la vez tan familiares. Caras, caras emocionadas, ojos, buscando alguna respuesta entre la multitud de personas a mi alrededor. Maletas lanzadas negligentemente a los pisos. Gente llorando, gritando, riendo, miro inexpresivamente sus caras pintadas de emoción. Emoción… algo que en este momento me ahoga… me aplasta.

Miro fijamente mis zapatos. Las rasgaduras demasiado obvias detrás del betún que mi mamá aplicó generosamente. Mis pies resbalan un poco sobre el piso blanco, agarro la mano de mi papá. Él me otorga una pequeña sonrisa y aprieta mi mano cariñosamente. Sus ojos azules y vibrantes, en este momento un poco confundidos y talvez tristes. Sé que algo está por cambiar…

Las últimas siete horas, durante el vuelo, estuve observando a mi padre:  ahí sentado, su manta sobre su regazo, su libro intacto. A su lado, estaba mi mamá, dormida. Durmió por cuatro horas y permaneció despierta y muy rígida el resto del tiempo. Yo no pude dormir, me quedé mirando a mis padres, a la ventana, al televisor enclaustrado en el asiento. Siete horas de mi vida, mi vida en siete horas, desde el puente Golden Gate hasta la capital de los Incas. Mi vida reducida a siete horas… que nunca acabarán. Las mujeres bien arregladas me dieron jugo, pan, y fruta. Pero no pude comer, algo iba a cambiar. Lo presentía. Y si, ya todo ha cambiado.

El olor extranjero de emisiones de petróleo, pimientos nuevos, y calor entra forzadamente a mis pulmones trayéndome al presente. Aire. Quiero aire fresco. Estamos afuera y la multitud de gente solo crece. ¡Tanta gente! ¡Tantas caras! Yo  sólo quiero volver a casa. Siento esa mano fuerte que agarra la mía, la siento temblar un poco, y levanto la cabeza un milímetro. Un niño mayor que yo aparece de entre la gente. Al verme, inclina su cabeza imperceptiblemente. Me encuentro frente a él,  una sonrisa pequeña iluminando su cara. Detrás de él, otro niño y una mujer. Una mujer, sus ojos negros… tan negros como los míos… no. Confusión, solo confusión, quiero correr, llorar, gritar, pero mi mamá y mi papá me empujan suavemente, “Sirenita” me susurran, “esta es Cerena, tu mamá natal”.

 

Sopa de pollo

Sopa de pollo

Por “Tupac”

 

“Tú puedes decidir, Rachel. Tú debes decidir.”

El sonido metálico de las cucharas resuena en las paredes de la sala. Rachel observa a sus padres mientras toman sopa: su padre, con ojos cansados y manos fuertes, comiendo la sopa con movimientos lentos. Él siempre le hacía el cumplido a su madre cuando cocinaba su sopa favorita.

“Sopa de pollo... Cómo medicina para la alma,” dice.

A su padre le gusta hablar en inglés aunque no lo domine tan bien como el hebreo (su lengua natal), pero le gusta hablar de todos modos. Sin embargo, ahora, él permanece en silencio. Y su madre, con el plato lleno delante de ella, no dice nada. Sólo está viendo la sopa.

“La sopa es deliciosa. Nunca he probado este tipo de sopa antes. Es deliciosa.” Javier le dice a su madre.    El sonido de su voz fuerte, rebota en la pared. El silencio continua. Rachel baja la mirada, esperando que alguien hable, pero nadie lo hace.

“Gracias Javier,” dijo su madre finalmente. “Es una sopa tradicional judía.”

“Ah, yo nunca la había comido antes.”

Su padre hizo una mueca ante la respuesta de Javier.

Mientras comen, Rachel piensa en otros tiempos, cuando ella trajo a aquel novio a la casa de sus padres. Su nombre era Michael Greenberg, y tenía manos pequeñas. No era un chico muy guapo, pero a Rachel le gustaba por gracioso. Recordó entonces las sonrisas de sus padres. “¿Por qué no te comes toda la sopa, Michael?” “Yo no como mucho. Yo nunca como mucho.” Todos se reían.

 

También recuerda el último año de su escuela secundaria cuando pintó su cuarto ayudada por su madre. Su papá ayudó un poco, pero trabajaba mucho y no tenía tiempo. “¿Amarillo?” Rachel le había preguntado a su madre. “¿Verde? ¡No sé! Mamá, ¡ayúdame, por favor!” Ellas pasaron todo aquel día juntas, riendo y pensando en el color adecuado para el cuarto de Rachel. Finalmente su mamá decidió no ayudarle a decidir. “¡Mamá! ¿Por qué no me quieres ayudar?” Su madre la miró sonriente. “No es mi decisión, mi amor. Se trata de tu cuarto.”

 

“¿Qué estudias en la escuela, Javier?”

La pregunta de la madre saca a  Rachel de sus recuerdos y la regresa al presente.

“Inglés, Señora Gottlieb.”

“¿Qué harás después de la escuela con el inglés?” replica el padre.

“Papá,” interrumpe Rachel molesta.

“Está bien, Rachel”. Increpa Javier antes de responder.

“Después de graduarme en Colby, quiero enseñar en el pueblo de mis abuelos, en el sur de México y después de ello, no sé todavía, Sr. Gottlieb.”

Rachel mira a Javier. Es alto, guapo, de rostro hermoso. Ella se siente a salvo en sus brazos. Él la besa en la frente con ternura, ninguno de sus novios anteriores había hecho eso antes. A ella le gusta más que cualquier otro novio.

“Es un plan interesante, Javier. Espero que tengas éxito,” dice su madre.

Todos vuelven al plato de sopa. La luz en la sala se disipa. Rachel mira por la ventana hacia el exterior de la calle.

“Amarillo, madre. Yo escojo amarillo. Se adapta a lo que quiero.”

“Está bien, Rachel.  Cualquier color es bueno siempre y cuando tú aprendas a decidir. Es todo que quiero.”

Rachel sonrió. Su madre siempre la había apoyado en todo, desde el día del cuarto amarillo. Por siempre continuaron comiendo sus sopas tradicionales, sopas de pollo, pero Rachel ya sabía decidir.

 

Héroe americano

Héroe americano

Por  Kelly Hoyer

 

-“Siento como si estuviera en la cima del mundo ahora mismo! Guau!”

-Ya cálmate Jimmy, vas a despertar a todo el mundo.”

-“Ah, Mateo, no te hagas, también tú te sientes bien después de lo que acabamos de hacer!”

A medianoche, el pueblo estaba completamente abandonado porque muchos de los trabajadores y de los niños se habían retirado a sus camas.  Los chicos habían estado caminando por mucho tiempo, por las colinas que los llevaban detrás de sus casas; estaban tan emocionados como para darse cuenta de lo cansados que se sentían.  Finalmente, llegaron a las calles donde los faroles brillaban con su luz reconfortante para guiarlos en la oscuridad.

“Shh, chicos, las chicas vienen”

“Mierda, no les dijiste nada , ¿verdad?”

“No, y no voy a decir nada ahorita, estaba pensando qué le diría a Emilia después de…”

-“Aquí estaís, chicos, nos estábamos preocupando!”

-Venga, Roberto, vayamos a casa, hace mucho frío.  Adios a todos, hasta mañana!”

Roberto estrechó la mano de los chicos y les dijo adios a las chicas antes de partir con María.  Las tres parejas restantes salieron también; Emilia y Mateo iban solos, y se deluvieron a bajo del farol.

-“¿Qué pasa? ¿Qué hiciste?” Emilia tenía una sospecha.

-“Nada’.” A Mateo no le gustaba mentirle, pero quería decírselo en el momento adecuado, cuando estuviera seguro de lo que él y sus amigos tenían que hacer.

-“Has estado extraño toda la semana, y tengo derecho de saber por qué; soy tu novia; ¿lo recuerdas?”

“deja de ser tan dramática, no se trata de un problema grave.” Ahora Mateo estaba molesto.

-“No...por favor, dime que no lo vas a hacer…”

-“Emilia…”

-“No! Yo sé que tú, Roberto, Jaime, Antonio, y Juan estabaís hablando sobre aquello, el día de los vestidores! Quería soprenderte con un regalo para tu cumpleaños, y en este momento os vi hablando muy en secreto. Pero ¡no pude creer que fuera en serio! ¿Sabes lo estúpidos que ustedes están siendo?”

-“¿Estúpidos? ¿Piensas que luchar por algo en que uno cree es estúpido? Pensé que tú, entre todas las personas, entenderías…”

-“¿Qué hay de nosotros? ¿Te has olvidado de eso? ¿Deseas tirar por la borda lo que ahora tenemos por ir a jugar a ser héroe?

-“Emilia, detente…”

-“No, tengo que irme.”

-“Emilia!”

-“No me sigas!”

Los días siguientes fueron insoportables para los dos.  Mateo no pensó que iba a ver a Emilia otra vez, porque ella no devolvía sus llamadas, y Emilia no sabía si era lo bastante fuerte como para decirle adiós a Mateo sin romper.  Acostada en su cama, viendo una película más y llorando por el tiempo incontable desde la última vez que había visto a Mateo, tomó su decisión.

Cuando el timbre sonó, Mateo había terminado de prepararse para salir para el aeropuerto militar.  Había perdido la esperanza de ver a Emilia para decirle adiós­­.  Mateo había decidido tomar el último vuelo con la esperanza de que Emilia recapacitara y comprendieraque él tenía que luchar. Para su sopresa, allí estaba ella, de pie en su porche, y se veía más hermosa que nunca.

-          “Emilia, yo-“

-          Lo siento. Nunca debí haberme disgustado.  Sólo es que…te quiero tanto, y si algo te ocurriera, yo-“ sus ojos se llenaron de lágrimas.  “Entonces, de todos modos, hice esto para ti. Sólo quería que supieras que ocurra lo que ocurra estaré aquí, esperándote.”

Mateo tomó el album de fotografías de los dos, y las notas que se habían pasado cuando empezaron a salir.  Ahora él sentía ganas de llorar.

-          “Gracias. Te amo; estoy tan felíz de que hayas venido.”

-          “Contaré los días hasta que vengas a casa, mi heroe americano.”

Un año después, la guerra terminó.  Mateo estaba muy felíz de volver a su casa y volver a ver a Emilia.  Quería soprenderla.  Bajó del autobús y se dirigió a la casa de Emilia; empezó a subir las escaleras del pórtico delantero con precipitación y tocó el timbre.  La persona que abrió la puerta  le nubló la sonrisa.  Era una mujer vieja.  Confundido, Mateo le preguntó, “¿Quién es usted? ¿Dónde está mi novia?”

-          “Ah, ¿te refieres a Emilia?”

-          “Si, ¿sabe dónde está?

-          “Pues, sé que ella se mudó a una nueva ciudad, creo que tengo su nueva dirección, si la quieres.”

-          “Sí, por favor.”

Mateo condujo por dos horas a la nueva dirección de Emilia.  No podía creer que Emilia hubiera cambiado de casa sin haberle dicho nada.  ¿Cómo no le dijo?  ¡Sólo tenía que haberle mandado una carta, con la nueva dirección!  En la puerta de la nueva casa estaba el porche. Sonrió.  Tocó la puerta nuevamente.  Esta vez, un hombre joven abrió.

-          “Lo siento, creo que me he equivocado de casa.” Balbuceó Mateo.

-          “No te preocupes, quizás pueda ayudarte.  ¿A quién estás buscando?”

-          “A Emilia García.”

El hombre no pareció sorprenderse.  “Emiliaaa, ven a la puerta alguien te busca!”

Para la sorpresa de Mateo, Emilia apereció en la puerta, más bella que nunca.

-          “Emilia, ¿qué pasa aquí? ¿Esta es tu casa?  ¿Quién es él?”

-           “Mateo…no sabía cuándo ibas a volver, o si  ibas a volver…lo siento.  No sé qué decirte.”

Emilia parecia avergonzada.

“No me digas nada.  Adiós Emilia,”

Destrozado, Mateo caminó con su heorismo a cuestas  pero sin su verdadera gloria.

 

El hombre que quería recuperar su alma

El hombre que quería recuperar su alma

John D. Aram

 

“Mi amigo….te digo de todo corazón….debes prepararte para la confesión y aceptar la extremaunción,” le dijo su más cercano amigo tras una larga e íntima conversación.  José María hubiera esperado eludir estas palabras, pero intuía la verdad del consejo de su amigo.  No era muy viejo, y pese a su enfermedad en aquel momento, había pensado que tendría muchos años más.  No quería morir, y de hecho, le temía a la muerte.  Durante los últimos meses, José María notaba su pérdida de peso y fuerza, empero sustentaba la esperanza de por lo menos estabilizarse aunque no se recuperara del todo.  Ni familia, ni amigos, ni médicos le habían dado a entender que iba a…morir, y ahora sentía la crueldad de este engaño.  Empezó a sudar fríamente.   Su cuerpo se puso insensible y entumecido, como si ya hubiera empezado a pudrirse.   Tuvo la sensación de que se hundía--------se hundía----------se hundía.

Jadeando y sacudiéndose de frío, José María se despertó con un sobresalto.    Le costó moverse y apenas pudo tirarse al suelo.  Al ponerse de pie, se sintió atontado.  Al ducharse, al vestirse, al desayunarse aquella mañana, no pudo quitarse de la cabeza la pesadilla sobre su incipiente muerte.  Se sentía desorientado, distraído—destrozado por el miedo.

Y ya sabía el por qué.   Desde hace muchos años, estaba perdiendo su fe.   Al principio sostenía inquietudes más bien inocentes.  Con el tiempo, éstas persistieron y se volvieron cada vez más insistentes y preocupantes.   Se había forzado a no ajustar su rutina, y había hecho un esfuerzo hercúleo para no relevar a nadie su creciente incertidumbre y su desconfianza--en realidad, su abandono de la fe.   Se sentía pérfido y perverso sobre lo que le había sucedido, sobre todo un farsante, y los últimos años le había pasado una etapa de soledad intensa. Había perdido tierra firme, algo confiable.  Y cuánto más desconfiaba de Dios tanto más temía la muerte.

José María podía recordar aquel día como lluvioso y gris.  No podría afirmar si había sido así o si lo había imaginado debido a su estado anímico deprimido y al peso de sus pensamientos.  Mientras conducía ensimismado de camino hacia su oficina, reflexionaba sobre el significado de la pesadilla.  Si fuera a morir en este momento, ¿aceptaría el sacramento final o no?   Estaba seguro de que no aceptarlo sería un acto muy valiente.  Y, quizá le permitiría enmendar su vida de una creciente mendacidad.   Sería la última--y quizá la más importante—oportunidad para decir la verdad y enderezar su vida miserable.    Al menos anhelaría morir con dignidad si no podía vivir con veracidad.   Entendía que no aceptarlo le pediría muchísimo valor--un coraje que no había podido alcanzar hasta el momento.   Sabía que algunos aceptaban el concepto de Dios y los sacramentos de la iglesia por si acaso Dios existiera, mas José María no quería tratar el asunto como un juego de azar.

Cada día lamentaba más que su vida siguiera siendo una mentira. Se preguntaba a si mismo: ¿es  la muerte el único acto que me permitiría recuperar mi alma y reivindicar mi vida?    Al llegar a la oficina, se le ocurrió un pensamiento nuevo--quizá el sueño no se trataba de la muerte sino de la vida.  Se preguntó si acaso él no tendría que decidir cómo iba a morir, sino cómo iba a vivir.

Al entrar en la oficina, la secretaría  exclamó, “Qué mala cara tiene.  ¿Algo malo le ha pasado?”

Sacudido de su embelesamiento, tartamudeó, “No, nada especial.  He pasado mala noche.  Nada más.”

“Bueno, me alegro,” le dijo.  “De todos modos, los jóvenes de la clase de catequesis lo están  esperando, Padre.”